En sus cuarenta días de aislamiento en el desierto, durante los cuales ayunó y se preparó para lo que sería su misión pública, Jesús es tentado por los demonios, por las fuerzas oscuras del planeta que le dicen que si tiene hambre, por qué no convierte las piedras en panes, mas él les contesta que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra salida de la boca de Dios, dándoles a entender que uno puede dejar de comer, pero no de respirar, porque la Palabra es el aliento…, el aliento es la respiración.
Lo lleva a la cornisa del templo y le dice que se arroje, ya que si va a empezar una misión tan peligrosa como la que tiene programada, es mejor que sepa desde ya, qué tan cerca realmente está Dios de su vida. Jesús le contesta, «escrito está no tentarás al Señor, tu Dios». No le está diciendo, «no me tientes a mí, yo soy tu Dios», sino que no va a caer en el juego de tentar a Dios que le demuestre lo tan cerca que está de él.
Después lo lleva a lo alto de una montaña y mostrándole todo lo que tiene debajo, le dice que todo eso le dará si se postra a él y lo adora. Jesús vuelve a contestarle diciendo, «escrito está que sólo ante Dios te postrarás y sólo a Él adorarás». No le está diciendo «nooo, adórame a mí». Naturalmente esa era la respuesta de un ser como él que no iba a caer en el juego de la vanidad o de los egos, teniendo por ese entonces ya mucho más claro el rol al cual se había comprometido.
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