Al haber fracasado el Proyecto Sumerio, los Instructores Planetarios decidieron trabajar sobre una elite de individuos en la actual meseta de Gizeh. Así surge el proyecto Egipcio, en un escenario que ya había sido inquietado por visitas de Vigilantes extraterrestres, en tiempos de la Atlántida.
Antes de la presencia del «primer faraón», Menes, que habría aparecido en escena hacia el año 3100 a.C., en Egipto vivían los «dioses». Al menos eso es lo que se rastrea en el país del Nilo, en una época que era llamada Zep Tepi y en donde habitaba una raza de seres hermosos llamada Neteru y que literalmente significa «Vigilantes». También se habla de una suerte de híbridos o mestizos entre los dioses y los seres humanos en aquellos tiempos. Nos referimos a los Shemsu-Hor o los «Hijos de Horus», ¿los atlantes? mencionados a todas luces en el conocido Papiro de Turín. Sin embargo, este relato es tomado por los historiadores tan sólo como un mito ya que los copistas hacen clara omisión en sus escritos de aquellos primeros tiempos donde los dioses se mezclaban con los hombres. Afortunadamente sabemos al menos, que los «dioses» venían de un lugar específico: Orión.
Orión es tal vez la más bella y la más impresionante constelación de todo el cielo. Los científicos terrestres la ubican entre unos 300 y 1500 años luz de distancia. De manera clarísima, se levantan las dos estrellas de los hombros, Betelgeuse y Bellatrix, las tres estrellas del cinto, Al-Nitak, Al-Nilam y Mintaka conocidas como las Tres Marías o los Tres Reyes Magos, y las dos estrellas de los pies, Saiph y Rigel. El objeto más precioso de la constelación de Orión es la famosa Gran Nebulosa de Orión. Tiene la denominación del catálogo Messier M42 y se halla a unos 1.500 años-luz de distancia.
A pesar que la constelación se encuentra a tantos cientos años luz, no tenemos que emprender un viaje tan largo para comprender el enigma que esconde tras ella. La respuesta la encontramos en nuestro mismo suelo ya que podemos rastrear sus huellas en los emplazamientos arqueológicos de las más remotas civilizaciones que, poseedoras de un sospechoso conocimiento astronómico, alinearon sus templos y obeliscos hacia las estrellas de donde venían sus «dioses». Una clave para comprender las visitas extraterrestres a nuestro planeta y su conexión con la dinámica del Plan Cósmico.
Volviendo a Egipto, vemos que en los «primeros tiempos», en la época denominada Zep Tepi como decíamos cuando esos «dioses» vivían en la meseta de Gizeh se guardaba un conocimiento «llave» que hoy en día se puede olfatear en las tres pirámides que se alzan como testigos silentes de un pasado cósmico. Quizá, no tan mudos que digamos si es que sabemos escuchar.
Ya en 1994, Robert Bauval, un ingeniero belga aficionado a la astronomía, lanzó una certera pedrada a la frente de la egiptología ortodoxa al demostrar que las tres pirámides de Gizeh están alineadas con el cinturón de la constelación de Orión, en el año 10.500 a.C. Y aunque tirios y troyanos se rasgaron las vestiduras, la tesis de la correlación de Orión ha venido ganando mayor terreno en el ámbito científico.
¿Porqué apuntar las pirámides a Orión? ¿Quiénes estaban mirando a los cielos hace 12.000 años? ¿Cómo pudieron ser construidos estos gigantescos monumentos con tal precisión si se supone que por esta época no existían civilizaciones representativas?
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