Se trataba pues, del Disco Solar, una llave que abre las puertas entre las dimensiones y que puede «llevar» al planeta entero al Real Tiempo del Universo. Así mismo, el Disco representaba al Sol Central de la galaxia, fuente importante de energía que llega a toda nuestra Vía Láctea, bañándola con la transmutadora fuerza de la Luz Violeta. Está de más afirmar que las radiaciones solares o energía Cilial de nuestro propio Sol, son también canalizadas por el poderoso Disco de los Maestros. En los mundos evolucionados se aprovecha al máximo el poder de las estrellas. El Disco Solar se constituiría en el santo emblema de la Hermandad Blanca, representado gráficamente con la figura de tres círculos concéntricos: los tres planos, los tres universos, la trinidad sagrada y la Ley del triángulo.
No obstante, la Jerarquía venida del espacio sabía que no podría prolongarse indefinidamente en sus cuerpos físicos. Fue entonces que los 32 Mentores de la Luz vieron en los Estekna-Manés, mestizos mentores, que habían sobrevivido en bases subterráneas a la destrucción de la Atlántida, el reemplazo perfecto.
Muchos de ellos, sabios sacerdotes que trabajaban por la luz, habían emigrado a diferentes regiones del mundo, evitando perecer ellos y sus sagrados archivos del conocimiento en el holocausto atlante. Llegaron a América Central, a Sudamérica, a África, India y Europa; desde allí y en su interior, junto con los Guías o Instructores, comenzaron a sembrar la semilla de acuerdo a los designios heredados de los 32 Mentores para rescatar el proceso del despertar de la conciencia humana y así, acercarle a los Hombres el conocimiento, su verdadera historia, la cual ellos ahora custodian. Uno de los primeros grupos en ser instruido después de la destrucción de la Atlántida o «el diluvio universal» fue el Sumerio.
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