No pasaría mucho tiempo para que Manco Cápac revelara la existencia del Disco Solar; así, antes de su muerte, le confió a Sinchi Roca, su sucesor, la entrada secreta al recinto subterráneo que se hallaba a orillas del lago Titicaca, conocido antiguamente como Mamacota o Puquinacoha (lugar de origen). El Disco fue hallado y de inmediato fue trasladado al Koricancha de Cusco, el templo de oro dedicado al astro solar.
Lamentablemente la sangre guerrera de los incas empezaría a surgir. Guiados por Sinchi Roca curiosamente Sinchi significa «guerrero»; «demasiado fuerte», «amargo» llevaron a cabo un plan que procuraba expandir el imperio más allá de los límites conocidos. Así comienzan a transcurrir los primeros años de esta «segunda dinastía inca» en donde pasaron por gobiernos pacíficos como el del estadista y contador Lloque Yupanqui, al poderoso y conquistador de Cápac Yupanqui, quien extendió los límites de sus reinos más allá de las tierras conocidas.
Entre guerras externas e internas transcurriría gran parte de los períodos entre el séptimo Inca, Yahuar Huaca y el noveno, Pachacutec, quien también sería recordado como el mayor de los constructores no sólo de los grandes e imponentes templos, sino también, del planeamiento urbano y estratégico de defensa de sus ciudades.
Pero la cuenta regresiva del final no se hizo esperar y comenzaba a marcarse con la llegada del décimo primer Inca, Huayna Cápac. La Gran Hermandad Blanca en su retiro en la selva de Madre de Dios, al oriente del Imperio, no era ajena a los acontecimientos que estaban a punto de suceder.
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